domingo, 24 de junio de 2012

LA CONSIGNA MISTERIOSA (Parte 1)

“Se buscan jóvenes emprendedores, entusiastas, con ganas de trabajar y de labrarse su propio futuro. Orientación al cliente, buena presencia, experiencia previa no imprescindible. Alta remuneración. Incorporación inmediata”.

Cuando llevas semanas enviando currículos por internet e incluso llevándolos en persona y nadie te contacta ni para rechazarte -lo cual es siempre mejor que la indiferencia habitual-, tu estado de ánimo, tus ganas de aferrarte a lo que sea, te llevan a caer en trampas como esta. Todo te dice que será un horrible trabajo de vendedor de algo, de los que acechan y persiguen a los potenciales clientes. Pero te obligas a pensar que tan terrible no puede ser, que si ofrecen el puesto es porque es necesario cubrirlo, que aunque a priori parezca un trabajo ingrato, tal vez con la formación y la actitud necesarias resulte que ahí está tu futuro, que puede que sea tu vocación y tú sin saberlo... Piensas también que no tienes nada que perder, que en el peor de los casos habrás gastado el importe de un billete de autobús y que después de la entrevista -porque en estas ofertas, SIEMPRE te llaman para concertar una-, ya que estás por ahí puedes acercarte a visitar a tus padres, a una amiga o ir a ver escaparates. Y envías el currículo sin convencimiento pero con ganas de que sirva para algo. Y como he indicado, te llaman para la entrevista.

Acudes al parque empresarial, al edificio señalado y recorres con la mirada el listado de empresas que se muestra en la entrada, por si te suena alguna, pero todas deben ser tan nuevas como el parque en sí, donde aún hay cableado al aire, escombros, olor a loseta quemada y polvo en el ambiente. Acudes con una mezcla de superioridad, porque detestas el trabajo que sospechas, y de una cordialidad que simula ser innata, desarrollada a fuerza de acudir a entrevistas. No te arreglas en exceso porque te parecen ridículos sobre todo los chicos que se presentan con traje y corbata para terminar sudando mientras hacen el trabajo que temes. Has elegido ropa cómoda, discreta y sencilla y sabes que has acertado cuando ves cómo visten los jóvenes que van llegando y que, provenientes de una tanda anterior a la tuya, ya se labran su futuro a buen ritmo...

Te recibe una administrativa desganada. En un primer momento no lo entiendes y te molesta, como es natural, pero al final del día atas cabos, terminas compadeciéndola y pareciéndote justa la alegría que derrocha. Rellenas uno de esos formularios en los que prácticamente debes reescribir tu currículo entero (¿para qué diablos te piden que lo traigas entonces?). Como la tarea requiere su tiempo, intentas concentrarte en la sala donde, sentada en una silla, sin mesa, con la espalda doblada, escribes encorvada sobre la carpeta que apoyas en las rodillas con los pies de puntillas. Quieres acabar cuanto antes, pero te desconcentra un vocerío que viene de la sala de al lado. Son los jóvenes emprendedores y entusiastas de la tanda anterior, que deben tener muchas ganas de trabajar. Se oyen risas, una voz que dice o pregunta algo y muchas que contestan a la vez, pero no se entiende nada concreto.

Al cabo de un rato salen los jóvenes: van a tomar café y la administrativa te dice que te unas a ellos, para irlos conociendo. Como no vas a dar la nota el primer día, accedes y eres la única cara desconocida en el ascensor. Entre ellos tienen ya su complicidad, de la que tú estás excluída, pero sonríes con cara de idiota cuando alguno te mira mientras bromea con otro. Ya te han preguntado tu nombre, te han dado la bienvenida. Muchos son más jóvenes que tú, pero ellos no lo saben. Parecen simpáticos. Demasiado. Esto parece una secta. Ahuyentas el pensamiento conforme salís a la calle y vais hacia la cercana cafetería. Allí, más de lo mismo. Y tú ya te empiezas a preguntar qué haces tomando café junto a un montón de extraños con los que no sabes de qué hablar porque tampoco te cuentan nada.

Sin saber cómo, has pasado esta primera prueba. Por lo visto, ahora es cuando se empieza a trabajar de verdad. Se sube de nuevo a la oficina, entran todos en la sala y ahora te invitan a que también tú entres. Y sólo entonces aprendes en qué va a consistir el trabajo que a lo mejor no era tan horrible: debes vender acceso inalámbrico a internet -los comúnmente llamados “pinchos”- a través del tradicional método de la puerta fría. Sólo el nombre te da frío, escalofríos. Deben haber percibido la mutación de tu carita y con compasión te explican que también a todos ellos les asustó al principio la idea, pero que ahora están encantados con su nuevo trabajo, en el que tienen un objetivo diario claro y se pueden superar día a día. Como si te permitieran el acceso al mayor de los secretos, te cuentan que la clave está en el entusiasmo y que éste, al igual que otras habilidades, hay que fomentarlo diariamente. Por eso son fundamentales las sesiones matinales, donde se marcan los objetivos de ventas, se aclaran dudas y se produce la supuesta inyección de ardor y empeño. ¿Será eso suficiente para creer en lo que hacen?


Hay una especie de caudilla que da el pie y en torno a la cual, los demás recitan lo que parecen salmodias o responsos, todo relativo a la venta, a cómo se debe hacer, a cuál debe ser la actitud. Aunque a primera vista no estás segura de lo que ves, compruebas que hay incluso un gong de verdad que un joven -¿acólito?- aporrea no sabes con qué criterio. Si no supieras con qué objeto has entrado en la sala, ya habrías salido despavorida. Pero tu educación, las ganas de encontrar un trabajo y no haber sentido tampoco que peligra tu vida, hace que te quedes. Tal vez la curiosidad también desempeña su papel. Hace años no imaginabas que ibas a estar relatándolo hoy.


De repente terminan los salmos y el grupo se dispersa por la sala, formando grupos de 2 o 3 personas. Tú habías elegido un discreto rincón desde el primer momento pero para la caudilla no has pasado desapercibida y con lo que para ti es una memoria prodigiosa, te llama por tu nombre y te dice que te unas a tal grupito. Obediente, lo haces. Se trata ahora de simular ventas. Primero eres la compradora, lo haces fácil para tu compañero, te coloca el pincho a la primera. Te dicen que debes objetar, como en la vida misma. Lo intentas pero eres blanda. Te ordenan que ahora seas tú la vendedora. Como no sabes aún las fórmulas -mágicas- para vender, te dan una chuleta con las características del producto, para que al menos tengas esos argumentos de venta. Le pones empeño y el entusiasmo de que eres capaz dadas las circunstancias: no has estudiado arte dramático y aunque no eres la persona más tímida del mundo, la situación de las narices te cohíbe. Tu compañero, con la supuesta mejor intención, te objeta todo. Él sabe todo lo que tú no sabes. Intentas salir como puedes del atolladero, sintiéndote torpe, absurda, sin poder ser tú misma porque cuando has dicho “un momento” para leer la chuleta, te han dicho que en la vida real no se puede decir un momento. Ya es por amor propio, por lo que no estás dispuesta a salir de allí avergonzada. Y le echas cara y al final sales medio airosa del aprieto y hasta te felicitan, porque la caudilla ha estado observándote, no de lejos, sino a tu lado como un jefe plasta, supervisando toda tu actuación.


Sudada, regresas a tu rincón, deseando que el mundo se olvide de que existes. Pero esto no ha hecho más que empezar. Los murmullos van decayendo para que hable la caudilla, que no tiene otra cosa mejor que decir que:


-Demos todos la bienvenida a Minerva, nuestra nueva compañera. Por lo que hemos visto, lo puede hacer muy bien. ¡Todos!

-¡Bienvenida, Minerva! -te saludan a coro decenas de cabezas giradas hacia ti. Con una sonrisa forzada, agradeces la bienvenida y hasta realizas un ridículo saludo con la mano. Total, en este contexto no crees que desentone.


Entonces se forma un corro, un círculo perfecto y en un orden aprendido con la práctica, van saliendo todos al centro, uno a uno, a chocar los cinco con todos los presentes. Aterrorizada, rezas para que te eximan, pero una sola vez te ha bastado para comprender el orden y sabes que tras dos jóvenes entusiastas te va a tocar a ti. Sólo tienes dos opciones y ninguna es digna: o salir corriendo de allí como una loca ingrata frente a la surrealista amabilidad que te han mostrado, o permanecer y girar dentro de un corro de la patata adulto formado por extraños que chocan las manos y se animan y jalean mutuamente. No hay tiempo para más debate interno, te toca ya y... entras en el maldito corro con una máscara de alegría que en absoluto sientes, supuestamente contagiada por los otros, mientras te recriminas a ti misma lo que estás haciendo y sin alcanzar a entender cómo te has llegado a ver en semejante trance. Pero todo acaba. Tu fingida naturalidad, sin atisbo de la vergüenza que en realidad te atormenta, ha sido tu aliada.

Llegada a este punto, piensas que tampoco has matado a nadie: “ya ha pasado”, te dices, y la adrenalina deja lugar a una laxitud muscular inesperada. Entonces se te acerca un chico de color, cubano por el acento, alegre como todos y mando intermedio por lo que te dice. Te explica que te han asignado a su grupo, formado por cuatro personas, que juntos iréis a echar el día al pueblo tal donde tendrás la oportunidad de ver cómo se trabaja porque así es como se aprende.

Estás a tiempo de fingir una llamada urgente al móvil, o un malestar repentino, un desvanecimiento sería definitivo. Con lo bien que has actuado, no debería ser sospechoso. Pero una fuerza incomprensible te impide hacer nada de lo que has pensado y como un cordero en el matadero, sigues sumisa al cubano, que te presenta al resto del equipo: Fulano, Mengana, Perengana, ya conocéis a Minerva. Sonríen como si fueras el regalo que han estado esperando toda su vida, da casi miedo. Entonces, por si el corro no había sido suficiente, unen sus manos derechas en una piña, una encima de la otra, invitándote a que hagas lo mismo. No sabes de qué va aquello pero ya estás en el ajo, pensar ahora en largarte te da más miedo que quedarte. Y lo oyes:


-Un, dos, tres, YUS!!!! Un, dos, tres, YUS!!!! Un, dos, tres, YUS!!!!




La primera vez, te extraña, porque no lo entiendes, la segunda, alcanzas a decir “YUS” con ellos, la tercera, lo repites entero y a la vez. Tímidamente, en realidad no tanto, preguntas qué es “YUS” y te dicen que es la forma de pronunciar “JUICE”, zumo en inglés. No le ves el sentido pero desistes de preguntar más. ¡Te da lo mismo! Te han dado un papelito con la consigna misteriosa, que debes guardar en el bolsillo y mirar y leer cuando tu entusiasmo flaquee a lo largo del día, ya que te recordará el momento matutino de manos unidas y voces animadas. Aunque tu cara ha aprendido rápido a no denotar estas cosas, no das crédito a lo que oyes. Pero sonríes.

Con ellos abandonas el edificio, subes al coche de una chica rubia chispeante, empiezas a charlar con todos como si tuviérais que ser los mejores amigos del mundo. Es una inercia, nada puede oponerse a este entusiasmo, a estas bromas, a esta felicidad como si en lugar de ir a colocar productos innecesarios a los ancianos de un pueblo, os fuérais de vacaciones. ¿Te habrán hecho inhalar algo sin advertirlo? ¿En el café tal vez? Te queda lucidez para recordar que tú habías venido para una entrevista de trabajo y que en su lugar, después de haber hecho el imbécil en una sala llena de gente rara que aparentaba ser normal, te encuentras en el coche de una extraña yendo hacia un pueblo. No era el tipo de aventura que soñabas con vivir algún día.


Llegáis al pueblo y es casi la hora de comer. Pues a comer, propone el cubano. De nuevo, una animada charla con estos extraños que, a decir verdad, ya lo son un poco menos que a primera hora de la mañana. La sobremesa se prolonga hasta después de la hora de la siesta. Al fin y al cabo no se puede empezar a aporrear puertas a estas horas porque la gente se molesta en lugar de estar receptiva. Lógico. Son cerca de las 5 y el cubano extiende un mapa sobre la mesa del bar. Explica el área que corresponde a cada miembro del equipo. Te asigna a la chica que conducía el coche en que habéis venido. Te alivia porque es con la que más has hablado hasta ahora. Y a las 5 pasadas os dispersáis: empieza el trabajo de verdad. O sea, que tú te has levantado a las 7 de la mañana, llevas danzando -literalmente- desde las 8 y media y ahora, que ya empiezas a estar cansada, es cuando empieza lo verdadero....

¿Qué vas a encontrar en este blog?



En la primera serie de relatos, dedicados a mi búsqueda de empleo a lo largo de los años, encontrarás historias verídicas, que deberían haber sido normales pero en las que ocurrieron cosas anormales. Quizá tengas la constatación de que no eres la única, el único, a quien le ha pasado algo curioso, extraño, bochornoso o terrible en tales circunstancias. Pero sobre todo, espero que encuentres un momento distendido y que sonrías leyendo las tribulaciones de una buscadora de trabajo. En sucesivas series, ya veremos si la ficción supera la realidad...